miércoles, diciembre 21, 2011
Créeme, lo que te dicen las putas con la mirada no lo consigue nadie. Si un pintor me pidiese consejo para encontrar inspiración, le recomendaría  que se dejase caer por el bulevar del placer y contemplase esos cuerpos dejados de la mano de cualquier divinidad bambolearse con espasmos libidinosos artificialmente adquiridos. Ves la rejilla de sus medias asfixiar los muslos de niñas que un día quisieron ser médicos, modelos, cantantes. El oscuro arrebato que se esconde entre el descaro con el que silban deseos prohibidos a los coches de los hombres tristes. Lo sinuoso de los pechos truncados es mucho más dramático que una golondrina congelándose bajo una montaña de nieve.
Y luego están los ojos, nadie contempla más allá de su coño solícito tras una cartera generosa, y si te atreves a saltar al vacío y lanzar una moneda al destino para olvidar que tu entrepierna está deseando consumar te darás cuenta de que el lado oscuro de la vida puede devorar tus pensamientos. El agujero infinito de las pupilas rabiosas es como una puñalada en el nervio del meñique, donde duele como holocaustos enredados. No le preguntes a una puta cómo se siente, no hagas que te hable de las alcantarillas que desearían besar los pies destrozados por el futuro incierto, no la invites a un café y nada más. Mírala, profundo y con magnetismo, como si de verdad te importase inmolarte al fondo de ese color de guerrilla y más allá de la ropa flúor. En sus ojos estalla la historia más triste del universo, pero ellas se encargan de mantenerlo bien escondido.
miércoles, julio 27, 2011
Mariana vuelve a decirme que no, que no tengo razón, que lo único que pasa es que me he drogado de más y se ha activado la tuerca de los desvelos existencialistas. Con los pies morenos encima de mi tendedero, como una pobre de solemnidad bastante descarada. Pero lo entiendo, eso, que Mariana es de las que toman café y té con azúcar porque es lo que se debe y lo que se contempla normal. De las que no se aventuran a desnudarse si no es con la luz completamente muerta en la alcoba, y eso que se abre más de piernas de lo que debería, pero eso lo achaco al calor este que hace aquí, al fuego infernal de las baldosas, y al olor perpetuo a curry.
Me dice que la anarquía no será más que un sueño irrealizable. Otra vez el mismo cuento, a mí que me gustan menos que el veneno las palabras remasticadas. Con la anarquía tendríamos de retrato oficial el viento, y el sonido de los corazones sueltos, no de los gritos. Preferiría que los charcos de sangre y los miembros arrancados fuesen lo utópico e inimaginable. Pasa que la brutalidad se respeta por ser instintiva, y al ser hombres de Dios se nos debería colocar mejor sobre una palmera de campanario sagrado para cacarear una y otra vez profetismos apocalípticos.
Si el miedo no fuese la orden del día se podría pasear a las anchas y esto no sería la selva de coches y horror que parece al asomarte por la ventana sin que nadie te vea. Que no me vuelvan a decir que la anarquía es desorden y el desorden mata, que he visto cadáveres apilados correctamente en fosas comunes siguiendo la perfecta geometría de lo sangriento. También a dictadores más repeinados y limpios que un santo, con el corazón podrido pero esencia eterna a pachouly, y éso es una tremenda contradicción.
Por éso le susurro a Mariana que cierre el pico de ramera coagulada en épocas engañosas y se limite a escuchar el lamento del mundo y de la vida. Nos morimos, pero lo único que saben es enterrar la anarquía.
martes, mayo 31, 2011
Brutal,
sentir eléctrica
tu piel chocar
contra resortes punzantes
de la mía encendida.

Dos canicas
dentro de una lavadora,
la centrifugación
es el vaivén,
el alzamiento
de comunicación
de choques,
dos arterias
que apenas antes
de la machacante asfixia,
rancias,
colapsaron.

Abrazo de células,
revive la tensión,
el latido
escalabrado,
rendido
vuelve a bailar
foxtrot de rodillas rabiosas
y sanguinolentos cardenales.

El ritmo,
infinito
y la fuerza,
magna confirmación
del deseo
y de la euforia
sin tarros,
aditivos,
narcóticos.

Dos válvulas
de pulsión primigenia,
la respiración
en collar de perlas
y las neuronas,
perdidas
entre dos frentes ceñudas,
liberadas.
miércoles, abril 06, 2011
De como la cría se come las nubes de dos en dos para dejar constancia del positivismo que debe resurgir los días de lluvia. El frío del abrazo de la nada a horas intempestivas. La filosofía de las promesas incumplidas como parte del decálogo de comportamiento multitudinario. Quizá sea por la imposibilidad de poder alzar el vuelo, o lo espeso que se ha quedado el café después de tres horas mirando las alas rotas de los mirlos contra el viento que desmadeja el ciprés. Quizá la confirmación de que la fragilidad no es poética si la experimentas justo al despertar de un ensueño de picinas-lagos llenos de expectativas. Y mira que podría lanzarse y caer con un estrépito de mil demonios mientras las gotas del último charco se beben su sangre etílica y portadora de hemofilia para el primer hijo. A lo mejor nada tiene solución y se trata del fallo congénito. Un golpe mal acogido, de suerte turbia. La redención en el peor momento y el latido equivocado. Puede que la nada y poco más sea la clave. Interrogantes. Cierra los ojos y se traga otra nube. Se siente identificada con las chimeneas invertidas. Una afección meramente somática, quién va a contestarle. Dios está cansado de reproches de dramaturgia a olas de champagne o un porro bien cargado con los párpados mirando al infinito. El sonido de la brisa es una sinfonía de ecos desconocidos. Todo parece demasiado extenso y a punto de evaporarse. Como las nubes que atraviesan sus labios. Quisiera transmutarse en la barandilla que se ladea entregada. Lo que no le gusta es pensar del derecho, del revés, pero tanto. Y tan contradictorio que a veces se le despega el cerebro de la cavidad y trata de deshacerse al igual que los insectos que marean la perdiz entre menos dos grados de agua nieve y aspiradoras salvajes de interior atronando ahora. La vita, je ne le compris pas. El galimatías sensitivo natural. Se acaricia las mejillas perdidas de escarcha, puede otra vez, no va a romperse.
domingo, marzo 27, 2011
Un break entre tanto lirismo y palabras artísticas. Hacía ya mucho tiempo que no publicaba nada, la verdad es que tenía mono de dejar caer unas cuantas frases de cuento surrealista. Lo cierto es que podría poner como excusa la infinidad de exámenes que me atacan día si sía también, pero me estaría engañando incluso a mí misma debido a que estudio mucho menos de lo que debería. Hay otras razones, más personales, de identidad y dignidad si me pongo filosófica. Veréis, desde el año pasado, quizá antes, en que se comenzó a llevar el estilo indie tanto en ropa, música como actitud ante la vida, he estado observando comportamientos globales que me resultan un tanto ovejiles y estúpidos. Recuerdo que me entró una alegría espantosa cuando comprobé que vendían cazadoras vaqueras, faldas a la cintura y toda la parafernalia ecléctica con influencias alternativas de todas las épocas vanguardistas. También me hizo mucha ilusión comprobar que ésos grupos tristones y prácticamente desconocidos comenzaban a tener una gran repercusión a niveles mucho menos restringidos. Recalco que fue al principio de todo este movimiento. Ahora los Arctic Monkeys, por poner un ejemplo que roza la comercialidad, me resultan comparables a cualquier banda pop de las que tanto se rajan los modernillos. Qué va, yo no soy una pureta, en ese aspecto voy completamente a mi bola, pero éso no impide que me pare a pensar dónde está la verdadera autenticidad. Por eso he estado experimentando tantos recelos a publicar, porque me resultaría vomitivo que al pasar los años y leerme pudiese identificarme con esa masificación de adolescentes que escriben relatos vacíos, se compran una réflex y llevan sombrero y Ray-Ban. No estoy haciendo una crítica al comportamiento básico, si no a la pose habitual que ahora tanto se estila.
Bah, qué cojones, claro que me estoy quejando, la verdad es que, aunque no tendría que importarme lo más mínimo, lo cierto es que me cabrea. Me molesta que ahora chicas de mi edad o más jóvenes lleven camisetas de los Rolling, Guns o Metallica sin tener ni idea del estilo, del repertorio, sin haber escuchado por afición externa ninguno de sus temas. Me molesta que se rapen media cabeza y lleven medias de rejilla mientras hablan como si perteneciésen a una resistencia rebelde cuando tienen lo que quieren nada más abrir la boquita. Me molesta la reciente adoración a Kurt Cobain porque tenía un atractivo grunge y murió joven dramáticamente. Me jode la apología del anarquismo sin tener en cuenta la verdadera base política que subyace bajo las consideraciones meramente aparentes. No sé si es motivo suficiente para plantearme las futuras publicaciones, la verdad es que toda esta atmósfera actual me enerva.
lunes, enero 24, 2011
No sé cuantos años tengo, sólo que estoy aprendiendo a andar. Las fotos están en blanco y negro, llevo un vestido de muñequita y el pelo anaranjado en rizos finos. Sé que mi madre sonríe mientras agarra la correa que impide que me dé de lleno contra las baldosas de la calle. A pesar de eso, justo antes de que mi padre nos  fotografíe me suelto y acabo con toda la cara llena de costras al cabo del tiempo. Lloro lo justo, se me pasa el dolor en unos minutos. Porque no estoy sola, mi madre me lleva, mamá no deja de sonreír y eso me calma, es el mejor parche para las heridas. Tiene el pelo largo, larguísimo, y está preciosa. Me acuerdo de ese retrato que nos hizo un hippie de la playa, cerca de casa, estuvo años colgado en la entrada de todas nuestras viviendas. Ahora lo ha guardado en el garaje, las fotografías están en uno de los armarios altos. Sólo hay álbumes de cuando era un bebé manejable. No nos abrazamos desde que tenía once años y metió una oración en mi monedero para que nuestro avión volase seguro. Antes del declive, cuando todo seguía su curso, mi vida su esquema y ella no tenía que ir al psiquiatra. Parece que han pasado milenios desde mi ataque de rebeldía y los sucesivos tratamientos para el insomnio y la tristeza distorsionadora. También me acuerdo del ataque de ansiedad, montados en el coche a las cinco de la mañana, rumbo a un hospital. De las cajas de prozac y los días enteros que pasaba sin salir del dormitorio mientras mi hermano y yo nos peleábamos y mi padre dormía en el sofá. Las campanitas y los muñecos apilados a mi alrededor para que me dignase a comer. Cuando me enseñó a leer durante el verano. La última vez que me dio una bofetada y la frené, consiguiendo el apocalipsis. Todas las maletas que ha hecho, la puerta rota de la cocina, los libros que me ha regalado. Las dos semanas de fiebre con termómetro y bizcocho de limón. Cuando llamaba al teléfono público del colegio inglés y lloraba porque me echaba de menos. El vestido de Scarlett O'Hara que cosió en un mes. Su ropa de verano, la ropa de la felicidad, ella después de la peluquería o enfrascada en un libro de historia. La hemorragia uterina que casi le costó la vida cuando aparecí.
martes, enero 18, 2011
La urbe respira en convulsión. Con el armario de par en par y la televisión a todo volumen, Muriel abrillanta la pistola entre la suavidad del edredón. A las afueras Naomi observa las nuevas arrugas en el espejo antes de prender fuego a las fotos de su hija prófuga. El pez gordo Sommer disfruta de su elevado peso corporal mientras saborea los bombones que ha traído su protegida con motivo del setenta cumpleaños. Las flores secas que están colocadas en la lápida donde descansa el arriesgado camarero del Forbidden Paradise crepitan y vacilan contra el flujo de aire granulado hasta salirse del jarrón. El enmascarado ha sacado medio cuerpo al exterior, pero esta vez se siente impotente para concentrarse en la decadencia que avanza como un corredor profesional. Candace, indecisa, se deshace del carmín de los labios antes de salir a disfrutar sin permiso. Sí, vuelta de reloj. Pistola en uno de los bolsillos, ropa discreta, peluca castaña y rizada, arroja la rubia al cubo de la basura. Las lágrimas de la cuarentona empañan la gruesa capa de maquillaje y da al traste con la impresión de eterna juventud. Se acaban las delicias de chocolate, el pekinés duerme sobre el cojín y no hay nada en la televisión, le atenaza el temido sentimiento de soledad. El vierto perturba a los muertos, es capaz de hacer trizas el recipiente contra la hierba seca. Señor X, amparado por una espesa culpabilidad enciende un cigarro y aspira con toda su alma. Candace camina con los muslos al aire y el cabreo entre las piernas, no piensa volver esta noche. Espera un poquito más y ya es la hora. Muriel termina de abrocharse las botas y sale en un suspiro, atravesando plantas y portal como una completa sombra silenciosa. La calle la recibe con el sonido apremiante del teléfono móvil, ya va algo tarde así que pone en marcha sus músculos ateridos de pereza. Naomi piensa en cuando Muriel tenía siete años y no quiso ir al zoo porque le parecía demasiado infantil, deja de pensar, arroja el espejo contra el suelo y se tumba en la cama, es una maldita vieja. Recostado en el sofá el corrupto marca, éso le sentará bien "¿Va todo bien, pequeñita?" Candace se para un momento, cree reconocer a esa presencia femenina que la ha azotado a mitad de la carrera. El héroe tiene los ojos cerrados y se embebe en el ruido, hace tanto tiempo que no puede descansar. Muriel cruza el paso de peatones, está en la frontera del bien y del mal, sólo es necesario que ponga el pie en el callejón decisivo "Sommer eres tú, pensaba que se trataba de otro encargo. Estoy en camino. Iré a tomar el té pronto, claro, todos los dulces que quieras." Todas las flores vuelan en un bucle misterioso en ese momento, puede tratarse de una de esas claras señales de fin de transición, de ciclo. De cambio. Cambio de carril para Muriel mientras su madre acaba por dormirse tras chutarse unos cuantos anti depresivos de receta personal, Candace aviva el ingenio y halla la respuesta así que se convierte en miembro activo del proceso. Cuando está a cincuenta segundos del local elegido, su bota decide quedar atrapada en un surco de adoquines y se precipita contra el suelo. Las manos reciben el crujido y la sangre, la adolescente se esconde y se muerde los labios, el mafioso se relaja pensando que ella siempre será como una nieta-hija, pase lo que pase. Muriel contiene el dolor incordiante y mira hacia arriba instintivamente. Él abre los ojos justo en ese instante, y lo que observa le hace apretar el antifaz con emoción. No hay peluca, se reconocen, la luz del dormitorio se apaga súbitamente. Ella no trata de levantarse, escucha pasos apresurados sobre una escalera a través de la puerta de entrada al edificio. Comienza.
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