sábado, octubre 23, 2010
Mientras su padre se asomaba al espejo retrovisor para limpiarse las gafas ancladas en los setenta del mal gusto, ella se bajaba un poco la falda y mordisqueaba el residuo industrial que había comprado casi inconscientemente. El cincuentón suspiró haciendo eco de sus canas de reproducción acelerada, y ella metió el disco de nostalgia. Sonaba "Wonderful World" y, sin necesidad de mirarse un segundo, ambos empezaron a entonarla bajito, más para sí mismos. No podía considerarse una de esas comunicacíones extrasensoriales, ella no dejaba de da vueltas a la idea de que esa mancha rojiza en sus bragas significaba el funeral de la inocencia, y él seguramente concluía que el matrimonio era la condena mejor fundamentada. Eran extraños que compartían por acción del azar ese mismo código que los secuenciaba como pelirrojos de poca monta. A pesar de que él no conociese las hazañas poco morales de su criatura y ella lo tuviese en el pedestal de la inutilidad, una delgada linea fue capaz de relacionarlos durante esos dos minutos cincuenta y siete segundos.
martes, octubre 19, 2010
Es Domingo, es el día en que mamá y papá van a restregar su sucia alma contra los zapatos caros del sacerdote de turno. es el día en que ella mancha la suya, pero curiosamente el peso de la culpa se eleva más allá de la camiseta holgada al prender la sonrisa. El domingo se descalza, deshace la cama y pone blur en el radiocasette.Abre la cortina hasta que el sol llega a violentar su piel de bollo poco cocido. Frente a esa luz expiadora deja los miembros adormilados al descubierto. Se sienta, abre las piernas y vuelca todo el contenido represivo de su mente. Las manos cobran actividad impredeciblemente, primero se dedican a tantear los recovecos poco acenntuados, como un ratón ciego dando cabezazos hasta hallar el agujero. Cuando por fin respira, tres dedos se introducen en ese abismo fogoso que palpita con afán devorador. Se le abre la boca y entre sus paletas de modelo singular expele aire a presión que sabe a todo eso que le habría gustado probar. Llega hasta su epicentro, se desata la marea de la pérdida de identidad y su pelo danza esuriéndose por los hombros, preso de temblores. Antes de que el coche vuelva y sus progenitores vuelvan a impregnarlo todo de piedad, ella lanza un gito en el silencio y se desmadeja, con la euforia de purpurina en los ojos.
sábado, octubre 16, 2010
Así que parecemos estar dentro de una asfixiante bola de cristal de tamaño reducido. Percibimos borrosidades más allá del vidrio, amasijos informes de colores variados. Respiramos ausencia de oígeno, bebemos el agua química contenida y se nos atascan los lagrimales debido a las esferas de porexpan a modo de nebulosas nevadas. Nuestra habitación es el universo compartido o el féretro a cinco metros bajo tierra. Estamos atados a la cama de barrotes y todo gira en torno al desorden encadenado, una especie de retorcida obra de arte bondage. Pero ¿ha sido únicamente la puerta caoba la que nos ha impedido tragar aire más allá de nuestras bocas?
Sabemos que la llave maestra de escape se coló por una rendija y fue a parar al manantial de los cuerpos industriales en descomposición. Debido una incrminatoria casualidad, a una dudosa ley sobre los acontecimiento que hacen aguas.
Bailamos al son del sudor, tú eres yo, mi vestido tus zapatos de fetichista de extremidades. Nuestra es la desesperación aunque el amor se escriba con mayúsculas y a fuego contra nuestro costado.
Silencio, forcejeo. Somos pero vamos perdiendo nitidez a ojos de cualquiera que se atreva a asomarse a esta sala del pánico donde nos ha hacinado la fuerza sobrenatural. Dependencia se compone de dos placas imantadas, sufrimos el don magnético.

Dedico este texto rescatado de mi libreta de principios de 2010 a la señorita Soñadora E, y a enrojecerse. Gracias por estar ahí leyéndome al pie del cañón y comentando ;)
miércoles, octubre 13, 2010
Se acerca a la multitud y observa a su alrededor con cautela. La familia se halla a unos pocos metros, y esa viuda sigue pareciendo una furcia ricachona incluso embutida en el sobrio vestido negro. Alza el cuello de su gabardina y oscura, el viento sádico está quemándole los labios doloridos. La pistola roza su cadera a través del bolsillo interior, pero ya no hace cosquillas, aguarda. Haciendo acopio de descaro empuja y se abre paso hacia el agujero que mancilla el césped mortuorio. Todo es otra de esas manifestaciones de poder, las flores no presentan una sola tara, y el ataud es tan brillante que refleja todas y cada una de esas caras poco afectadas. Contiene la respiración para no dejarse embaucar por el aroma de los crisantemos. Su corazón da un brinco de júbilo, ha sido la presa más prestigiosa y, paradogicamente, la menos engorrosa de eliminar.
En un santiamén termina el estudiado discurso de despedida, y como bonus la viuda suelta unas lágrimas que deben destilar toxicidad concentrada. La caja se desliza hasta las profundidades de la zanja, ella tiembla, un impulso peligroso está toqueteándole los órganos interno.
Siente un empujón leve, mira al suelo empapado y reconoce los zapatos rojos. Poco, muy poco comunes. Deja de esconderse y encara al agresor casual. Todos están tan concentrados en el deprimente espectáculo que no han reparado en ese tío que lleva antifaz y sombrero de gangster. Se han reconocido, el lenguaje se hace específico e ininteligible. Ella devuelve el empujón y suelta una carcajada directa a su boca tensa.
- ¿Tan poco orgullo, héroe? Deberías aborrecer tus fracasos, enterrarlos, como a ese hijo de puta.
- Eres demasiado rápida, es una auténtica injusticia celescial.
- Un pequeño duelo y un punto a mi favor. Pero seguimos jugando.
Háilmente consigue mangar una de las flores y vuelve a sonreir. Plástico, que predecible. Antes de convertirse en una sombra de día nublado para alcanzar su coche tiende el adorno al enmascarado.
sábado, octubre 09, 2010
Lleva tantos minutos agarrado de su nuca que el pelo va a chamuscársele, los ojos no paran quietos y la magdalena ha llegado a fusionarse con la porquería del suelo del vestuario. El chico valiente parece estar encarándola "eh, todo el mundo dice que tienes los ojos como las manzanas" No distingue si es un cumplido o una curiosidad convertida en desafío.
No sabe de qué manera exacta, pero de repende ha abierto la boca y algo ha chocado con ella. Una lengua tan decidida como un colonizador inglés hace reconocimiento médico y acaba incitando a la suya. Parece como si un ventilador del infierno hubiese surgido de las profundidades de la tierra e insuflara aire endemoniado. Va a sujetarse la falda cuando hace acto de presencia un cosquilleo peligroso que trata de pasar inadvertido.
Es rápido, se repite, presiona su estómago y trepa por la escalera traqueal. Similar a. Se da cuenta y cesa la comunicación no verbal desmedida. Abre los ojos, el conquistador ve el verde encendido, el temblor y un trazo de falda que se escapa antes de que pueda atraparla. Ella se esconde a respirar y comprueba que no emana de ella olor a quemado. Son esos malditos brackets que han provocado un calambrazo, algo especial tenía la saliva de ese chico.
sábado, octubre 02, 2010
Cinco segundos. Éso fue lo que tardó en verse fulminado por el misterioso, o estúpido, hechizo del amor. Cinco segundos en los que pudo identificiar que la melodía que se escapaba de ese móvil pertenecía a Chuck Berry, que esa chica movía las caderas como si los resortes fuesen de gelatina, y que llevaba el mismo corte de pelo que Mía Wallace.
No importó demasiado que ella acabase vomitando sobre sus zapatos caros, porque él presumía de coleta y traje de chaqueta al más puro estilo gangster siciliano. Quizá ese descaro que le confería el aspecto fue lo que lo impulsó a cogerla en brazos y subir en el autobús equivocado. También pudo deberse a que él también pecaba de embriaguez y había olvidado que su prometida, Loise Chaplin, lo esperaba en un altar de mala muerte, con el vestido de su bisabuela y flores de plástico entre las manos.
Sea como fuere, no volvió a preguntarse nada más. Ni siquiera cuando la chica despertó del coma transitorio y quiso gritar, se revolvió y el conductor los bajó a la fuerza del vehículo. Quedaron frente a frente, hipnotizados por la casualidad, y qué cojones, primordialmente el influjo tarantiniano.
Arrancarse la ropa fue simplemente un aderezo para el guión.
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