lunes, diciembre 31, 2012
Sigo teniendo dentro ese habitáculo destinado a las representaciones más salvajes de una venganza dramática, porque el germen de la indignación sabe a dulce cuando le abres la puerta al abismo de las arterias. No pienso adornar una inútil lista de propósitos para nuevos cielos porque sé que mi terquedad tiene etiqueta perenne y no se me va a pasar lo negro por una gota de esperanza.
Pero fíjate que pienso más en el gris que en el color de la sangre, una felicidad extraña se ha ido haciendo hueco entre los papeles rotos, de okupa en el cerebro cargándose las cerraduras. Y a lo mejor es raquítica y sería una hazaña que consiguiera empañar el terciopelo adormecido del dolor, bien enclaustrado desde que no recuerdo. Quizá se desvanezca a los pocos suspiros porque se siente intrusa en este agujero de frustraciones inconclusas.
No lo sé, prefiero alejarme de las fechas y seguir flotando en esta ambigüedad que es como agua lechosa en una bañera, templada. Conozco las tempestades y su regularidad, son compañeras estacionales a las que ya no grito porque he desarrollado una ductilidad de heroína trágica.
Intentaré quejarme menos por la circunstancia y adaptarme a esos golpes fatídicos. Puedo, y no me da la gana desmembrarme al viento por causas perdidas.
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