martes, septiembre 22, 2009
Clases despanzurradas, desperdiciadas, gastadas solamente para compreder llanamente que lo ajeno no nos pertenece y jamás lo hará.
Con toda seguridad me gustaría ser capaz de afirmar, rotundamente, a modo de sentencia, que me importan todos (eufemismo de esa nada individual con patas de personas) una mierda que ha vivido tiempos mejores.
Utilizando el condicional soy una maestra de infarto.
No quedaba nada, la tele se había vuelto un compuesto más monotono aún, habían clausurado la tierra de nadie levantando una antipática valla con alambre de espino por marido y, además de todo eso, su pelo estaba cambiando de color. Se tornaba acuoso, espeso, poseso, maltrecho.
domingo, septiembre 20, 2009
Por eso decidió permanecer en el abrazo,en la calidez nunca sexual de su cama individual. Cubierta de mantas y edredones de plumas de ganso cazado al vuelo, bajo cuyo colchón no se encontraría algún guisante si no entradas desechadas de un diario anoréxico.
sábado, septiembre 19, 2009
Hace tiempo he descubierto que esa maleta cubierta de sellos y pasaportes sellados, la enorme barata y vieja no contiene más esperanza en su interior. Ha caducado antes de lo que prometía en su fecha infinita. Ahora toca salir de la habitación donde nos recluíamos las dos juntas, donde buscaba desentrañar los secretor heredados. Vacía tengo que llevármela conmigo a algún sitio cuyo nombre sea difícil de pronunciar y no haya filmado anuncios atrayendo turistas, debo llenarla y tras ese doloroso viaje legarla a cualquiera que haya cambiado los objetivos por la apatía.
Se acercó al mostrador, la quinta o sexta vez que aparecía por allí sin que le temblase la voz o pareciese una niña desconfiada a las órdenes de un mandatario tirano.
Ese sitio le daba confianza y alas a la extraña madurez, pero aquel día era especial. Resulta estúpido estar hablando de lo que iba a conseguir, como si llegase a una reliquia que por fin le pertenecía legitimamente. Nada recomendable, pero era un paso hacia la definitiva independencia. El chico que siempre la atendía ya estaba mirándola, con la duda y el deber bailando de ojo a ojo y cayendo finalmente por algún trozo de perilla descolocado. Se estaba jugando mucho por aquella chica, su trabajo salvador, su ética, hacía algo ilegal, aunque sabía que no era el único que se beneficiaba de los chicos menores de edad en la venta de aquello.
Ellos eran una ganancia, su adicción una cantidan considerable y habitual en la caja de efectivo. La recuperación a esas edad quedaba lejana por factores potentes, entre los que estaban la pose, el estilo y la imagen que proporcionaban.
- ¿Me das un paquete de fortuna mentolado?.- pidió con autoridad mientras desplazaba el flequillo espeso que cegaba una de sus pupilas. Él se debatió, dio una vuelta, atrapço el objeto de deseo y lo colocó sobre la mesa sin liberarlo aun de sus dedos finos, de pianista en paro.
- ¿Cuántos años tienes?.- Ella frunció el ceño, lo enfrentó cara a cara desviándose su mirada durante una milésima a la lustrosa caja blanca. Luego se relajó, se mordió el labio inferior dejando un apetitoso y diminuto reguero de saliva, y sonrió sin enseñar los dientes ávidos. La sonrisa de triunfo.
- Hoy es mi cumpleaños, estás de suerte.- pagó en un suspiro, resguardó el paquete en un bolsillo de su gabardina ancha, seguía esbozando el gesto burlón, descolocando al dependiente una vez más.
Se fue desechando una despedida articulada por palabras comunes y él de pronto se encontró embriagado por un blando sentimiento desvalido. El juego del riesgo, de la escenificación había acabado. Ya no quedaría la tensión y el cosquilleo durante el proceso, ni la mirada ajada del dueño del establecimiento intentando no reparar en lo incorrecto. De pronto se preguntó por qué él había comenzado a fumar, por qué seguía recluído allí esperando toda su vida a alguien como ella para hacerle ese favor, más bien parecido a atarle una soga al cuello. Quiso quemar el estanco, quiso ir tras ella, tirar sus cigarros a la carretera en su último estado de gestación e invitarla a dar un paseo en el que las manos no quedasen mancilladas por el humo, ni el sabor de la saliva inconsciente en los labios.
viernes, septiembre 18, 2009
Malvavisco es obsesiva compulsiva, compueba siempre si las persianas están echadas o si alguien puede estar observándola discretamente. Prepara café, durante quince minutos exactos, cronometrados, arroja dos cucharadas y tres granos de azúcar, siempre morena y espesa.
Se peina dando sesenta golpes de cepillo, algo menos que las princesas, se lava los dientes eimpre con pasta de color morado que encuentra en una tienda de artículos extranjeros, sin sabor. Duerne de cara a la pared, y jamás cambia la postura, aunque los miembros de su cuerpo se duerman con el pinchazo cosquilleando y pidan a gritos dar la vuelta. Le da miedo la idea de que alguien cruce la puerta de su cuerpo y la mire a los ojos directamente.
Se da crema en las manos al menos cuatro veces al día, dobla y coloca toda su ropa siguiendo codigos inventados por ella misma. Siempre intenta caminar siguiendo un ritmo, con el pie derecho como dominante. Cuenta hasta diez antes de meterse en la ducha, hasta ocho antes de apagar la luz, hasta seis cuando entra en cada y puede pisar descalza el suelo de parqué. Coloca a su gato sobre el regazo y le acaricia el pelo de la cabeza a la cola, nunca al revés. Siempre que escribe cartas coloca cientos de sellos y comprueba varias veces si el sobre se encuentra perfectamente ubicado en el buzón. Odia el desorden, odia lo inesperado, odia la ausencia de planes y odiaría que alguien viniese a revolverlo todo para fastidiarla.
Lástima que Ameba la observe divertido y lance bolas de papel desde su ventana, con mensajes ocultos.
Me duele la respiración agitada arriba, en los pulmones. Tengo los brazos agarrotados en una postura que intenta agarrar, o atrapar. La piernas no responden. El corazón se ha hundido y solo los ojos tienen vaivenes en los cuales buscan reconocer algún trazo.
lunes, septiembre 07, 2009
Soy lista, pero no soy tan retorcida como tú preciosa.
domingo, septiembre 06, 2009
Siento la irrefrenable-indeseable necesidad de lamerte los labios con mi lengua cargada de ceniza hirviendo.
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