sábado, agosto 21, 2010
Me dijeron que debía sentarme siempre con las piernas cerradas, nunca cruzadas, eso es del mal gusto. Debía llevar en todo momento una falda que rebasase la altura de mis rodillas despellejadas, rezar mañana y noche, no mirar nunca a aspirantes al género maculino. Debía mantener las formas, esperar mi turno para hablar y poseer un vocabulario selecto fruto de una cuidada educación. Comer con la boca cerrada y los brazos pegados al cuerpo, ceder el paso a las personas mayores al ir dando un paseo, no llevar sombrero en sitios cerrados y jamás acceder a un coqueteo.
Todas esas reglas que tan bien asimilé a lo largo de unos quince años desfilaron a lo largo de mi intrincado cerebro a la velocidad de un bólido de carreras y luego se derramaron por el oído izquierdo, como el pus de una infección.
En ese momento, con la camisa blanca arremangada, los calcetines retorcidos y la trenza deshecha me dispuse a dar el primer puñetazo de mi vida a otra muchacha que me desafiaba sonriente. Conté hasta cincuenta pero la excitación seguía cosquilleándome los dedos. Lo hice, tan fuerte y tan inesperadamente que la sangre procedente de ese labio desnudo me salpicó el uniforme.
La acción reprobable y las consecuencias de ella se desvanecieron de mi conciencia antes de penetrar en su seno. Me miré el nudillo ardiente y lacerado, estudié mi obra en aquella compañera que lloraba histéricamente con las dos manos sobre la boca partida.
No recuerdo haberme sentido más satisfecha en toda mi vida. 
martes, agosto 17, 2010
La cisterna rota la provee de una sinfonía de sonidos acuáticos que conforman, junto con su respiración agitada, la perfecta banda sonora que la acompañará en su descenso al abismo.
Su ojo derecho toma el control unos segundos para somarse a la superficie envuelta en huellas del espejo del cuarto de baño.
Ahoga una carcajada, la sonrisa sardónica pronto iluminará su rostro en la morgue de cualquier dejado hospital público. Ante sí desfila el amplio arsenal de automutilación que ha podido coleccionar. Su coche espera en el garaje con las ventanillas bajadas y la calefacción en marcha. Por si se echa atrás ante el dolor o el lamentable espectáculo sanguíneo.
El cable del teléfono cortado, y la puerta de entrada cerrada con llave. Todo esta más que planeado, aunque quedan los dos aspectos primordiales del suicidio. El primero, la nota dedicada al desdichado lamentable que la encuentre comatosa y desmadejada. El segundo, simple, la muerte.
Coloca su diario abierto sobre la taza del váter, y saca punta al lapiz rojo que encontró bajo el sofá. Bien, ahora, ¿qué cojones va a escribir? En su mente tiene como referencia la carta que escribió Kurt Cobain antes de volarse los sesos, pero sería deprimente que plagiase ese documento.
Se muerde los labios, no sabe ni cómo empezar.
Empieza a hiperventilar, en sus rodillas brilla el beso de las baldosas. Es imposible que no encuentre la inspiración adecuada a estas alturas, a un paso de la desaparición. Se levanta de golpe, presa de un calor que quema hasta sus órganos vitales. No, no es desesperación, es pura rabia. Como un huracán repentino.
Recoge todas las cuchillas, arroja el matarratas por el desagüe, lanza su diario patético por la ventana. Se peina la melena empapada y por primera vez en seis meses se maquilla de modo que no parece una prostituta sifilítica.
Apaga la calefacción del coche, lo pone en marcha y a las cinco de la mañana, en pleno diciembre va a una cafetería a tomar capuccino con pastel de fresa.
domingo, agosto 15, 2010
No quedan invitados en el baile, no se le ha perdido ningún zapato de tacón y cristal.
Del mismo modo ningún príncipe adinerado va a buscarla desesperadamente para librarla de cualquier perverso encantamiento, salvarla de las garras de todo tipo de criatura mítica o besarla en el preciso punto de su anatomía que la haga despertar de un coma inducido. Nadie la bendeció justo tras su esperado nacimiento, porque el suyo fue como ver llegar una tragedia anunciada. No lleva vestido, y su pelo está lejos de rebasar media espalda en longitud.
Aun así, sobria después de dos años de delirios narcóticos y por lo tanto consciente de su posición de mierda en el orden místico del universo, ha dado cuerda al gramófono del irlandés borracho y ha empezado a dar vueltas sobre sí misma.
Ahí tenemos a una de esas niñas perdidas de sangre vulgar bailando entre escombros, inmundicia y jeringuillas de heroína. Amparada por las pintarrajeadas paredes del sanatorio abandonado donde los tuberculosos distinguidos decidían acabar con su vida.
viernes, agosto 13, 2010
Es curiosa la vida. Tan impresivisible como una exposición de arte moderno.

Puedes pasar dos años profundamente enamorada del chico perfecto y que cualquier día un atrevido desconocido te emborrache y consiga que te cases con él en Las Vegas, con un Elvis Presley de peluca y traje alquilado como maestro de ceremonias.
Puedes prometer que no volverás a llorar por estupideces y montarás un numerito sensiblero al ver a una mariquita posándose sobre tu pelo, porque trae buena suerte.
Puedes perder en un segundo ese terror irracional que tenías a montar en avión, sólo debido a esa mano tatuada que te está acariciando los brazos y te tiene ensimismada.

Pero esto tiene que quedar claro, jamás hemos hablado de amor.
lunes, agosto 09, 2010
"Piiii, piiii, piiii..."
Pierre lleva media hora aproximadamente apoyado contra el marco de la puerta, sosteniendo la sábana de matrimonio y flores mortuorias conta la entrepierna poco activa. Su cigarro negro se consume, al igual que su poca paciencia de adolescente precoz.
"Piii, piii, piii..."
- No ves que comunica, déjalo.- Manuela lo mira con su cuenca hinchada y parduzca, enrolla los dedos en el clable del teléfono. Lo desafía.
- Ven.- el francés pelirrojo niega con la cabeza y se ajusta las gafas con precisión. Esos ademanes de graduado formal son los que la vuelven loca en el amplio sentido de la palabra, sensación ambivalente.- Seguro que Nadine se muere de ganas de hablar contigo también.
- Joder, otra vez el mismo cuento de mierda.
Ahora sí, es el momento, deja caer la tela, el cigarrillo y por poco los anteojos de diseño. Desnudo, impúdico, pero airado se arrodilla ante ella y le arranca el aparato de las manos. Le gustaría que todo fuese como cuando los tres se conocieron en Montmartre y acabaron haciendo un trío en un callejón de mala muerte. Sin implicación, sin corazones, sin remordimiento. Sin dolor. Sólo sexo y juventud como agua de la vida, imperecedera con estupefacientes de por medio.
- Tienes que comprenderlo. Sigue conmigo unos pasos.- La desnuda en un abrir y cerrar de ojos, es el Harry Houdini galo. Con los dedos frena el hechizo del carmín en unos labios demasiado finos.- Cuando tiene un accidente, o enferma, o incluso lo decide, muere. Si una persona muere, desaparece de este mundo. Que desaparezca quiere decir que no puede ponerse en contacto con los vivos. ¿Me sigues? Llegamos al punto clave: los muertos no pueden contestar al teléfono. Ni siquiera aunque Nadine dijese que nos querría para siempre, debes aprender que esa expresión quiere decir "hasta que me sea imposible demostrar que te quiero"
Ahora espera, ansioso, a que de una vez por todas Manuela se eche a llorar. Pero a ella las lágrimas sólo le recuerdan a Hollywood.
- Te equivocas. Para siempre significa eso mismo, durante toda la eternidad. Nadine no se ha muerto, ha dejado de respirar porque se ha pasado queriendo ver España desde la Torre Eiffel. - Sonríe, contagia a Pierre, que siempre ha sido insufriblemente empático.- Y tercero: no comunica, es un mensaje encriptado y tienes que ayudarme a descrifrarlo.
jueves, agosto 05, 2010
Me toca, le toco, me gusta, es éxtasis, es inocente. ¿Es una película? No creo que yo pueda actuar tan sumamente bien. Blanco y negro. Color. Resplandece. Perdura. Es como un sueño. Veo borroso, no quiero mirarlo. Vuelve a tocarme, ahora no puedo estar delirando. Es tan cierto como uno de esos anuncios de seguros de vida. Joder, se me revuelve el estómago.
Sí, créelo, son menos de treinta minutos, una insignificancia y has entrado al paraíso.
miércoles, agosto 04, 2010
Poco antes de suicidarse, su madre le contó que el amor era como una lamprea, se adhería silenciosamente a una sección particular del pecho y succionaba sangre como a cucharadas,en dosis imperceptibles. Entonces, llegaba un momento en que descubrías que un parásito te estaba consumiendo, pero la falta de elixir vital nublaba la psique y provocaba una extraña sensación de felicidad beoda. El último tramo era el desangramiento y el abandono. La lamprea sin corazón abandonaba el cadaver.
domingo, agosto 01, 2010
Que Julieta se corte el pelo usando la navaja de afeitar de su abuelo difunto, compre una guitarra de segunda mano y cambie al jugador de baseball por una católica pelirroja no quiere decir que se esté rebelando inútilmente, si no que ha comprendido que hasta ese momento ha vivido con el pecho enterrado bajo enternecedores estereotipos.
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