martes, marzo 30, 2010
Si me hubieses dejado, te habría desgastado hasta las amígdalas. Lástima que sea tarde y se hayan acabado las ganas de besos y sonrisas. Destellos de romanticismo sombrío.
lunes, marzo 29, 2010
Aun quiero jugar a animales salvajes contigo, y dejar manchas de pintura de dedos y tarta de lima ácida encima de tu anodina colcha de cuadros.
sábado, marzo 27, 2010
Su obsesión por los años veinte la lleva a cortarse el pelo muy, muy por encima de los hombros, a bailar charleston a las dos de la madrugada y a acostarse con hombres que fuman puros, llevan gafas redondas y pantalones sostenidos por tirantes marrones.
jueves, marzo 25, 2010
Sí, puede que me haya quedado en paro hablando de orgullo personal, pero metidos en ese baño, rodeados de camerinos enmohecidos tuve que refrenar la torrencial apetencia de besarte.
sábado, marzo 20, 2010
Es sábado, estamos a veinte, el crujido de mis pies desmesurados hace eco a la altura de la clavícula, y fresones troceados comienzan a convertirse en carne de monera en un rincón de la cocina.
lunes, marzo 15, 2010
La follaba contra la lavadora, al compás del ritmo de lavado de la máquina obsoleta, mientras la ropa de su madre giraba hasta la extenuación envuelta en el suavizante color azul evasión.
sábado, marzo 13, 2010
Aquella sala de baile escondida en un emplazamiento subterráneo era el agujero donde iban a parar los bellos mentirosos patológicos. Allí, bajo una densa atmósfera de humo y charleston, la insatisfacción se enmascaraba provocando deseo instintivo, se canalizaba el odio a base de taconazos y libidinosos alzamientos de falda, y el dolor de corazón parecía curarse abriéndose de piernas contra alguna de las columnas que servían de soporte. Todos tenían conciencia interiormente, de que las vivas melodías que parían los gramófonos eran tan solo un adelanto de lo que escucharían durante su desafortunado suicidio.
miércoles, marzo 10, 2010
Tú eras como un Elvis recién maquillado tras emerger del panteón estelar, pero yo estaba bastante lejos de asemejarme a la delicada Priscilla. Aun así, tras las ojeras, las botas militares y el maquillaje espanta chicos decentes, me moría porque cantases una balada para mí al final de cualquier baile elitista. Somos corazones prefabricados.
miércoles, marzo 03, 2010
Pensaba en la mierda de bicicleta que constituía su medio de locomoción de los once a los dieciséis, mientras pedaleaba a toda velocidad, y los múltiples muñecos hechos de barro cocido chocaban unos con otros y emergiendo al entorno con un sonido sordo. Pensaba en un coche, uno pequeó, fucional, y su espalda se arqueaba para que su cuerpo frenase al mínimo la marcha dislocada.
Pensaba con una atronadora voz interior hasta que la cadena la hizo la zancadilla y salió disparado como si hubiese sufrido una colisión contra un vehículo conducido por un camionero ebrio. Varios crujidos hicieron la función de banda sonora para dar dramatismo al momento. Unas piedras desprendidas del asfalto añejo quisieron crear una relación simbiótica con las palmas de sus manos, las rodillas y toda parte de su cuerpo que quedó fatalmente expuesta. Cuando consiguió soportar los martillazos múltiples se sentó extendiendo las piernas en un nuevo ángulo desconocido para él y miró a la derecha. Fue un gesto tan instintivo como imprevisto.
Allí estaba ella, a medio camino entre el lúgubre interior de una casa impersonal y el predeterminado exterior. Era un punto de distinción que no escapó a sus sentidos pese a la conmoción que estaba experimentando. Sostenía su delgaducho brazo izquierdo en cabestrillo contra una camiseta ancha decorada con diversas noticas catastróficas de periodos, hinchado y con una tonalidad cercana al púrpura berenjena. Un perro desmesurado saltaba a su altededor como un paranoico en plena crisis, tratando de alcanzar unos espaguetis azules que colgaban del codo sano. Más azul le cubría las comisuras de los labios, los ojos proyectaban un gesto de burla profunda. Se había comido el cielo y las sobras eran las nubes uniformes precursoras de la migraña. Olvidó la bicicleta rota, el coche, e incluso diminuta cascada sanguinolienta que manaba de una sien.
- ¿Necesitas ayuda?- preguntó tontamente luchando por incorporarse.
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