miércoles, julio 27, 2011
Mariana vuelve a decirme que no, que no tengo razón, que lo único que pasa es que me he drogado de más y se ha activado la tuerca de los desvelos existencialistas. Con los pies morenos encima de mi tendedero, como una pobre de solemnidad bastante descarada. Pero lo entiendo, eso, que Mariana es de las que toman café y té con azúcar porque es lo que se debe y lo que se contempla normal. De las que no se aventuran a desnudarse si no es con la luz completamente muerta en la alcoba, y eso que se abre más de piernas de lo que debería, pero eso lo achaco al calor este que hace aquí, al fuego infernal de las baldosas, y al olor perpetuo a curry.
Me dice que la anarquía no será más que un sueño irrealizable. Otra vez el mismo cuento, a mí que me gustan menos que el veneno las palabras remasticadas. Con la anarquía tendríamos de retrato oficial el viento, y el sonido de los corazones sueltos, no de los gritos. Preferiría que los charcos de sangre y los miembros arrancados fuesen lo utópico e inimaginable. Pasa que la brutalidad se respeta por ser instintiva, y al ser hombres de Dios se nos debería colocar mejor sobre una palmera de campanario sagrado para cacarear una y otra vez profetismos apocalípticos.
Si el miedo no fuese la orden del día se podría pasear a las anchas y esto no sería la selva de coches y horror que parece al asomarte por la ventana sin que nadie te vea. Que no me vuelvan a decir que la anarquía es desorden y el desorden mata, que he visto cadáveres apilados correctamente en fosas comunes siguiendo la perfecta geometría de lo sangriento. También a dictadores más repeinados y limpios que un santo, con el corazón podrido pero esencia eterna a pachouly, y éso es una tremenda contradicción.
Por éso le susurro a Mariana que cierre el pico de ramera coagulada en épocas engañosas y se limite a escuchar el lamento del mundo y de la vida. Nos morimos, pero lo único que saben es enterrar la anarquía.
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