viernes, diciembre 24, 2010
Vaya un jodido caos sentimental. A veces, cuando se levanta oliendo a colonia de hombre y se mira los moratones en el espejo, ni siquiera se acuerda de su nombre. Por eso ha decidido denominarse Bunny, la conejita de huye de las farolas y acapara chupitos de absenta entre las orejitas calientes. Desde que le nació la colita de pelo rosa, no ha habido un maldito stop en sus correrías donde la moral ha sido enterrada por un sentimiento de juguetero voraz. Porque no importa que una vez a la semana la penetre el Señor X, con intelectualidades de fondo, y que comparta de tanto en tanto paseos edulcorados en compañía del que será su eterno ex enamorado. No, tampoco es suficiente el capricho del despecho remendado a la costilla número tres, ni la ilusión sobre la que nievan 6124 km de renos y hojas crujientes. Se pregunta si el paseo por la galería de los perdidos se debe a una intoxicación precoz de prozac con el que su madre trata de generar la sensación de cuadro perfectamente colocado. El caso es que todavía guarda papeles de caramelos de cereza en la gabardina, así que eso significa que resta una pequeña esperanza de redención. No es que se sienta especialmente atraída por el descontrol congénito, es sólo que no cree que las botas militares estén hechas para caminar por baldosas amarillas. Se pregunta a qué sabrá la paz espiritual, pero concluye que debe estar bastante sosa, demasiado para una boca de perpetuos labios rojos. Además, los ángeles no se atreven a adentrarse más allá de la calle del pecado.
sábado, diciembre 11, 2010
Podríamos habernos conformado con bailar el tango de nuestra vida iluminados por las llamas de una magnífica chimenea, tú con tu pistola en uno de los bolsillos de la chaqueta, y yo con la mía prendida de una liga matrimonial. Habría sido idóneo, rozando la perfección absoluta, el satén, los labios rojos y la malicia conjunta. Estuvimos hechos el uno para el otro desde el momento en que mis labios chocaron contra tu mejilla recién afeitada. Eras el Don Juan altamente inteligente, y yo la cordera ficticia, la engañosa rubia tontita. Fíjate que, entre plan y estrategia, incluso nos hacíamos cariñitos de pareja convencional. Qué mentirosos éramos, y cómo nos gustaba. El hecho de que nuestra relación biológica y mental se sostuviese dentro de los estrictos márgenes del secretismo. Nada de rumores, nada de preguntas, la cama calla y nacimos para la discreción. Parecíamos movernos con elegancia contra la corriente, tan magistralmente que a veces nos cegaba la impresión de que dominábamos todo cuanto nos alimentaba los ojos. Fue el ensueño prohibido, y no puedo hablar de amor porque desconozco si dos alimañas perversas pueden verse sumergidas en ese afecto desinteresado. No, nunca pregunté, quedamos en que preferíamos la espontaneidad. Sé que resulta confuso, y contradictorio. Y ese final de cuento oscuro habría sido el broche final a la relación más genuina de la historia. Pero a grandes historias, pésimos finales. Un fracaso. Lágrimas, recuerdo que cogi un tren y me bajé a medio camino. Acabé desperdigada en la cama de un hotel. Rompí los lazos pero te habías incrustado en mi alma. Y yo en la tuya, chico malo. Tan complementarios, y tan venenosos el uno para el otro.
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