miércoles, abril 06, 2011
De como la cría se come las nubes de dos en dos para dejar constancia del positivismo que debe resurgir los días de lluvia. El frío del abrazo de la nada a horas intempestivas. La filosofía de las promesas incumplidas como parte del decálogo de comportamiento multitudinario. Quizá sea por la imposibilidad de poder alzar el vuelo, o lo espeso que se ha quedado el café después de tres horas mirando las alas rotas de los mirlos contra el viento que desmadeja el ciprés. Quizá la confirmación de que la fragilidad no es poética si la experimentas justo al despertar de un ensueño de picinas-lagos llenos de expectativas. Y mira que podría lanzarse y caer con un estrépito de mil demonios mientras las gotas del último charco se beben su sangre etílica y portadora de hemofilia para el primer hijo. A lo mejor nada tiene solución y se trata del fallo congénito. Un golpe mal acogido, de suerte turbia. La redención en el peor momento y el latido equivocado. Puede que la nada y poco más sea la clave. Interrogantes. Cierra los ojos y se traga otra nube. Se siente identificada con las chimeneas invertidas. Una afección meramente somática, quién va a contestarle. Dios está cansado de reproches de dramaturgia a olas de champagne o un porro bien cargado con los párpados mirando al infinito. El sonido de la brisa es una sinfonía de ecos desconocidos. Todo parece demasiado extenso y a punto de evaporarse. Como las nubes que atraviesan sus labios. Quisiera transmutarse en la barandilla que se ladea entregada. Lo que no le gusta es pensar del derecho, del revés, pero tanto. Y tan contradictorio que a veces se le despega el cerebro de la cavidad y trata de deshacerse al igual que los insectos que marean la perdiz entre menos dos grados de agua nieve y aspiradoras salvajes de interior atronando ahora. La vita, je ne le compris pas. El galimatías sensitivo natural. Se acaricia las mejillas perdidas de escarcha, puede otra vez, no va a romperse.
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