lunes, mayo 28, 2012
Siendo tempestad de cucharadas de piel dulce y jugosa, tus cuerdas vocales son incapaces de pronunciar mis sílabas sin estallar en trozos inencontrables. Ni me encuentro, ni podemos recrear el viento alzando faldas y derribando fortalezas. Es un juego de ojos cubiertos y una pegajosa culpa que sabe mejor que cualquier retoño de dulce al sol del azúcar. Cuando me encuentres, mis vísceras se pondrán a rodar hasta caer en fango de fosas tectónicas, calientes y salvajes. El peligro nos absuelve de las curvas que tomamos sin darle cuerda a los hemisferios, deshaciéndonos en partículas inefables. Todavía huelo el cielo en mis esquinas, y es que esa gloria dañada se mantiene medio adormilada en cuanto asimilo tu toxina. Aunque sea a pata coja y esquivando bultos secos gritando a mi pecho. Detrás de la apatía se levanta una temeridad, y lleva guadaña, zapatos de tacón alto y lo vergonzoso al descubierto. Nos hemos dejado la noción de lo suficiente al fondo de un bolsillo que no sonará al violarlo el aire. Mis remordimientos van al contenedor, y tu piel a tragarse la mía.

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