miércoles, marzo 03, 2010
Pensaba en la mierda de bicicleta que constituía su medio de locomoción de los once a los dieciséis, mientras pedaleaba a toda velocidad, y los múltiples muñecos hechos de barro cocido chocaban unos con otros y emergiendo al entorno con un sonido sordo. Pensaba en un coche, uno pequeó, fucional, y su espalda se arqueaba para que su cuerpo frenase al mínimo la marcha dislocada.
Pensaba con una atronadora voz interior hasta que la cadena la hizo la zancadilla y salió disparado como si hubiese sufrido una colisión contra un vehículo conducido por un camionero ebrio. Varios crujidos hicieron la función de banda sonora para dar dramatismo al momento. Unas piedras desprendidas del asfalto añejo quisieron crear una relación simbiótica con las palmas de sus manos, las rodillas y toda parte de su cuerpo que quedó fatalmente expuesta. Cuando consiguió soportar los martillazos múltiples se sentó extendiendo las piernas en un nuevo ángulo desconocido para él y miró a la derecha. Fue un gesto tan instintivo como imprevisto.
Allí estaba ella, a medio camino entre el lúgubre interior de una casa impersonal y el predeterminado exterior. Era un punto de distinción que no escapó a sus sentidos pese a la conmoción que estaba experimentando. Sostenía su delgaducho brazo izquierdo en cabestrillo contra una camiseta ancha decorada con diversas noticas catastróficas de periodos, hinchado y con una tonalidad cercana al púrpura berenjena. Un perro desmesurado saltaba a su altededor como un paranoico en plena crisis, tratando de alcanzar unos espaguetis azules que colgaban del codo sano. Más azul le cubría las comisuras de los labios, los ojos proyectaban un gesto de burla profunda. Se había comido el cielo y las sobras eran las nubes uniformes precursoras de la migraña. Olvidó la bicicleta rota, el coche, e incluso diminuta cascada sanguinolienta que manaba de una sien.
- ¿Necesitas ayuda?- preguntó tontamente luchando por incorporarse.

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