viernes, diciembre 24, 2010
Vaya un jodido caos sentimental. A veces, cuando se levanta oliendo a colonia de hombre y se mira los moratones en el espejo, ni siquiera se acuerda de su nombre. Por eso ha decidido denominarse Bunny, la conejita de huye de las farolas y acapara chupitos de absenta entre las orejitas calientes. Desde que le nació la colita de pelo rosa, no ha habido un maldito stop en sus correrías donde la moral ha sido enterrada por un sentimiento de juguetero voraz. Porque no importa que una vez a la semana la penetre el Señor X, con intelectualidades de fondo, y que comparta de tanto en tanto paseos edulcorados en compañía del que será su eterno ex enamorado. No, tampoco es suficiente el capricho del despecho remendado a la costilla número tres, ni la ilusión sobre la que nievan 6124 km de renos y hojas crujientes. Se pregunta si el paseo por la galería de los perdidos se debe a una intoxicación precoz de prozac con el que su madre trata de generar la sensación de cuadro perfectamente colocado. El caso es que todavía guarda papeles de caramelos de cereza en la gabardina, así que eso significa que resta una pequeña esperanza de redención. No es que se sienta especialmente atraída por el descontrol congénito, es sólo que no cree que las botas militares estén hechas para caminar por baldosas amarillas. Se pregunta a qué sabrá la paz espiritual, pero concluye que debe estar bastante sosa, demasiado para una boca de perpetuos labios rojos. Además, los ángeles no se atreven a adentrarse más allá de la calle del pecado.

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