sábado, septiembre 19, 2009
Se acercó al mostrador, la quinta o sexta vez que aparecía por allí sin que le temblase la voz o pareciese una niña desconfiada a las órdenes de un mandatario tirano.
Ese sitio le daba confianza y alas a la extraña madurez, pero aquel día era especial. Resulta estúpido estar hablando de lo que iba a conseguir, como si llegase a una reliquia que por fin le pertenecía legitimamente. Nada recomendable, pero era un paso hacia la definitiva independencia. El chico que siempre la atendía ya estaba mirándola, con la duda y el deber bailando de ojo a ojo y cayendo finalmente por algún trozo de perilla descolocado. Se estaba jugando mucho por aquella chica, su trabajo salvador, su ética, hacía algo ilegal, aunque sabía que no era el único que se beneficiaba de los chicos menores de edad en la venta de aquello.
Ellos eran una ganancia, su adicción una cantidan considerable y habitual en la caja de efectivo. La recuperación a esas edad quedaba lejana por factores potentes, entre los que estaban la pose, el estilo y la imagen que proporcionaban.
- ¿Me das un paquete de fortuna mentolado?.- pidió con autoridad mientras desplazaba el flequillo espeso que cegaba una de sus pupilas. Él se debatió, dio una vuelta, atrapço el objeto de deseo y lo colocó sobre la mesa sin liberarlo aun de sus dedos finos, de pianista en paro.
- ¿Cuántos años tienes?.- Ella frunció el ceño, lo enfrentó cara a cara desviándose su mirada durante una milésima a la lustrosa caja blanca. Luego se relajó, se mordió el labio inferior dejando un apetitoso y diminuto reguero de saliva, y sonrió sin enseñar los dientes ávidos. La sonrisa de triunfo.
- Hoy es mi cumpleaños, estás de suerte.- pagó en un suspiro, resguardó el paquete en un bolsillo de su gabardina ancha, seguía esbozando el gesto burlón, descolocando al dependiente una vez más.
Se fue desechando una despedida articulada por palabras comunes y él de pronto se encontró embriagado por un blando sentimiento desvalido. El juego del riesgo, de la escenificación había acabado. Ya no quedaría la tensión y el cosquilleo durante el proceso, ni la mirada ajada del dueño del establecimiento intentando no reparar en lo incorrecto. De pronto se preguntó por qué él había comenzado a fumar, por qué seguía recluído allí esperando toda su vida a alguien como ella para hacerle ese favor, más bien parecido a atarle una soga al cuello. Quiso quemar el estanco, quiso ir tras ella, tirar sus cigarros a la carretera en su último estado de gestación e invitarla a dar un paseo en el que las manos no quedasen mancilladas por el humo, ni el sabor de la saliva inconsciente en los labios.

1 pildoras alucinógenas:

x-plosive gelatine dijo...

Y Radioactive se ríe pensando si el dependiente se tiraría a la rubia adicta a la nicotina o si le tiraría el paquete de fortuna mentolado.

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