jueves, octubre 08, 2009
Aceptación, apoyo, respeto. Já! Permita que me carcajee irónicamente unos segundos.

Ella es agnóstica, o atea, o quizá deísta, no ha tenido tiempo aun de clasificarse. Ni ganas de hacerlo, no me hace falta, no lo necesita para empezar a sentirse mejor persona o para dejar de ser una pérfida influencia.
Viva en el seno de una familia católica, aunque no del todo practicamentes, de derechas hasta la médula y que podrían considerarse militantes de la causa. Ella, por el contrario, tiene flujos volátiles y libres de ideas abstractas que se acercan al anarquismo. No cree en las barreras e intenta ser tolerante.
Todo iría como la seda si no fuese por la presión establecida entre las paredes de la unidad familiar. Por el continuo martilleo de reproches que no llega a comprender.
Dejó de ir a misa porque, a parte de no entender el objeto de aquella manifestación religiosa, se sentía completamente fuera, ajena a la homilía, a los rezos a los cantos. Incluso a las inofensivas figuras de éxtasis y dolor. Eso provocó un gran disgusto, una charla, las lágrimas de su abuela. Ella no sintió que su alma se pudriese, ni que el demonio la agarrase de los pies para llevársela, nada cambió.
Su madre le pidió que asistiera a clases de preparación a la confirmación. Ella, fiel a su clara concepción del mundo se negó. Primero fue un no educado, luego se sucedió otra maraña de gritos sin sentido. Ella empezaba a estar confusa, no porque Dios le llamase la atención desde su corazón, si no porque no entendía cómo algo tan sencillo, la ausencia de fe, caía con tanto impacto.
Un día decidió quedarse estudiando mientras sus compañeros de clase, no todos, celebraban la misa de apertura. He olvidado mencionar que su colegio era católico, al menos aceptaba rezar a cada comienzo de clase.
La noticia de aquello no hizo si no enervar a su madre, que bramó y estuvo a punto de sancionarla con aquello. Ella replicaba una y otra vez, intentando hacerse escuchar. Intentando en vano que ella comprendiese su forma de pensar. Inútil, su madre pidió que cayase en el colegio su condición de atea, como lo llamó ella, alegando que aquello era una falta de respeto.
Ella se pregunta por qué. ¿Desde cuando sincerarse, desde cuando presentarse completamente como persona es una falta de respeto? ¿Es que acaso su desapego a la religión ha causado la muerte de cincuenta familias cristianas por las represalias? ¿Es que la publicación de las ideas provoca úlceras en estómagos ajenos?
¿Dónde queda el progreso?
Y sí, como se podrá comprobar ella soy yo. Es cierto. No creo no en la Iglesia, ni en ningún otro tipo de religión establecida. No es algo que haya elegido por rebeldía, es un hecho objetivo.
No tengo por qué fingir que me interesan las misas ni que creo con fervor por estar en un colegio católico, tampoco he elegido inscribirme a tal o cual institución.
No hablo, no he hablado mal de la Iglesia como colectivo y de las demás religiones, así que nunca comprenderé a quien estoy ofendiendo.
Cristianos, católicos, musulmanes, judíos no me ofenden siempre que no se dirijan a mí de forma peyorativa o critiquen destructivamente mi comportamiento.
Intento ser una buena persona, no soy perfecta y muchas veces la cago, pero me guío siguiendo unos valores morales que me han sido inculcados así que no me hace falta la religión. Es simple, no la necesito, no la tengo. No me entristece no creer en la Biblia, ni tampoco dejar de pensar que hay un Dios que juzga nuestras acciones. Yo puedo juzgarme.
Pero no entiendo y no entienden, se pierde la comunicación y se llega a los malos modos.
¿Ah sí? ¿Este es el famoso siglo XXI de la Modernidad? No, no me había dado cuenta.

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