jueves, julio 30, 2009
La niña que destilaba una ferviente hiviente fe hacia las hadas se quedó ciega en una de sus visiones tan fantásticas como perturbadoras. Veía los cuerpos de aquellas majestuosas criaturas aparecer desde el fondo inmenso, el fondo íntimo del bosque, acercarse batiendo las alas delicadas. Unas alas vidriosas como cristal translúcido a través del cual se perciben los objetos y los rostros de forma engañosa. Rematadas por hilos vegetales formando remolinos, espirales, uniendo las partes abstractas entre sí para dar lugar a un conjunto sorprendente. No solamente los artilugios voladores.
En sus pieles se disolvían y entremezclaban uno a uno los colores de lo latente, el agua estancada de los pantanos, el musgo del Norte, las cortezas podridas hábitat de insectos inseguros. Todo aquello que aparente estar muerto y sin embargo deja oir su lento compás de vida ralentizada. Los ojos completamente oscuros, plagados de brillos acuosos semejantes a estrellas ahogadas.
Sus miembros eran anoréxicos y presumían de su habilidad para contorsionarse, doblarse en cualquier ángulo. Tornarse del mismo tono que un grupo de arbustos para pasar desapercibidas, doblar y triplicar la velocidad de vuelo para desaparecer dejando a su paso una estela de frescos inconfundible.
La niña se limitaba a mirarlas, ellas se sentían orgullosas de mostrar sus capacidades sobrehumanas. Pero el peligro lanzó su ancla en poco tiempo. Así, la pequeña, envuelta en su ilusión inocente, tan sumisa, vio como cada día precisaban sus ojos un enfoque mayor para captar la actividad "mágica". Fruncía el ceño frustrada, se encaramaba con violencia y berrinche a su silla de cojín acolchado. Hasta que el negro dominó en la escala de colores, como rey dominante, astuto con sus armas demoledoras.

0 pildoras alucinógenas:

| Top ↑ |