sábado, agosto 21, 2010
Me dijeron que debía sentarme siempre con las piernas cerradas, nunca cruzadas, eso es del mal gusto. Debía llevar en todo momento una falda que rebasase la altura de mis rodillas despellejadas, rezar mañana y noche, no mirar nunca a aspirantes al género maculino. Debía mantener las formas, esperar mi turno para hablar y poseer un vocabulario selecto fruto de una cuidada educación. Comer con la boca cerrada y los brazos pegados al cuerpo, ceder el paso a las personas mayores al ir dando un paseo, no llevar sombrero en sitios cerrados y jamás acceder a un coqueteo.
Todas esas reglas que tan bien asimilé a lo largo de unos quince años desfilaron a lo largo de mi intrincado cerebro a la velocidad de un bólido de carreras y luego se derramaron por el oído izquierdo, como el pus de una infección.
En ese momento, con la camisa blanca arremangada, los calcetines retorcidos y la trenza deshecha me dispuse a dar el primer puñetazo de mi vida a otra muchacha que me desafiaba sonriente. Conté hasta cincuenta pero la excitación seguía cosquilleándome los dedos. Lo hice, tan fuerte y tan inesperadamente que la sangre procedente de ese labio desnudo me salpicó el uniforme.
La acción reprobable y las consecuencias de ella se desvanecieron de mi conciencia antes de penetrar en su seno. Me miré el nudillo ardiente y lacerado, estudié mi obra en aquella compañera que lloraba histéricamente con las dos manos sobre la boca partida.
No recuerdo haberme sentido más satisfecha en toda mi vida. 

3 pildoras alucinógenas:

Enrojecerse dijo...

joder, pues la sangre se va con su "buen comportamiento" veo.

Soñadora E dijo...

Las chicas buenas esconden su verdadera cara. Me gusta!

·Êl düêndê (¡n)fêl¡z· dijo...

huy, creo que debería probarlo. No sé, cómo método de satisfacción no estaba patentado, quizá ya es hora.

Un beso ^^

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