Cinco segundos. Éso fue lo que tardó en verse fulminado por el misterioso, o estúpido, hechizo del amor. Cinco segundos en los que pudo identificiar que la melodía que se escapaba de ese móvil pertenecía a Chuck Berry, que esa chica movía las caderas como si los resortes fuesen de gelatina, y que llevaba el mismo corte de pelo que Mía Wallace.
No importó demasiado que ella acabase vomitando sobre sus zapatos caros, porque él presumía de coleta y traje de chaqueta al más puro estilo gangster siciliano. Quizá ese descaro que le confería el aspecto fue lo que lo impulsó a cogerla en brazos y subir en el autobús equivocado. También pudo deberse a que él también pecaba de embriaguez y había olvidado que su prometida, Loise Chaplin, lo esperaba en un altar de mala muerte, con el vestido de su bisabuela y flores de plástico entre las manos.
Sea como fuere, no volvió a preguntarse nada más. Ni siquiera cuando la chica despertó del coma transitorio y quiso gritar, se revolvió y el conductor los bajó a la fuerza del vehículo. Quedaron frente a frente, hipnotizados por la casualidad, y qué cojones, primordialmente el influjo tarantiniano.
Arrancarse la ropa fue simplemente un aderezo para el guión.
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2 pildoras alucinógenas:
con cinco segundos se conoce un mundo.
Tan solo basta eso para ese final! Adoro tus textos!!
En mi blog tienes un regalo esperándote ^^ Un beso!
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