martes, diciembre 08, 2009
Nunca supo exactamente que le atrajo de ella en un primer momento.
Ni siquiera, demonios, desde el físico hasta su actitud conformaban el antagonista a su alter ego en terreno amoroso. Menuda, esmirriada, blanquecina, con los ojos oscuros siempre acompañados de cercos nauseabundos, muñecas laceradas y guardarropa de una víctima de la segunda guerra mundial.
Justo cuando se cruzó con ella pensó en los campos de concentración nazis, y en los pabellones de descanso para afectados de tuberculosis.
Una enferma del vicio, de la desesperación. Y ahora sabía que no prejuzgó erróneamente, era una mujer imposible, encerrada en sí misma, atacada por su misma existencia. Era la clase de perfil que rechazarían en la más atrevida agencia de parejas.
Se enamoró de ella.
En ningún momento nada fue tan intenso, nada tuvo tanto sentido artístico profundo como cuando la vislumbró entre dos paredes mugrientas que parecían acercarse la una a la otra con ansia. Acostada siguiendo un patrón de ángulos abstractos, con su americana polvorienta rajada, los ojos cerrados, la respiración descompasada y una sonrisa de dientes embadurnados de rojo.
Olvidó el número de la policía, la ambulancia y de su propia madre, que con seguridad acudiría a escudriñar el suceso morboso. Se inclinó sobre el cuerpo por momentos estáticos, aspiró el aroma a dolor y violeta.
Se deshizo en un momento de lo que el llamaba su "inseguridad social", que se traduce en una cobardía extrema que lo atacaba siempre que ponía un pie fuera de su estructurado plan de existencia. La colocó de perfil y la cargó sobre sus brazos, luego llegó lo más dificultoso y decisivo.
- ¿Co...cómo te llamas?

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